martes, 14 de junio de 2011

Trastornos del comportamiento. El Niño que miente

Se trata de una de las llamadas "conductas antisociales", en las que no se respetan los derechos de los demás ni las normas sociales. Suelen ir apareciendo en el transcurso normal del desarrollo de un niño, pero en el momento en que persisten en el tiempo más allá de lo "esperable" y en un grado de intensidad "llamativo" quedará determinada la conducta como problemática.

EL NIÑO QUE MIENTE

El niño suele mentir como resultado de un sentimiento de frustración.

Hasta los 4 años, el niño suele comportarse con el fin de complacer a los padres; de ahí, que el realizar algo que se sabe no va a gustar, se omite, no se cuenta.

Es alrededor de los 6-7 años, cuando el niño ya tiene conciencia de haber mentido y se siente mal por ello, aunque no se le haya descubierto.

Razones por las que un niño suele mentir:

- por imitar a los adultos: El niño se da cuenta que los adultos mienten cuando les interesa:

- para complacer a alguien

- para no hacerle daño,... Para el niño esto se va a ir convirtiendo en algo natural, que cree poder utilizar a su conveniencia tal y como ha observado en los demás.
- por predisposición en su personalidad: encontraremos diferentes reacciones según el carácter del niño. Si es tímido o si es un niño con muchos miedos, lo que hará será negar las cosas. El niño exaltado, las exagerará. Precisarán diferente trabajo terapéutico:

- al niño tímido se le estimulará más, se hablará con él para que al "conocer" esas cosas que le producen tanto miedo se sienta con más dominio sobre ellas.

- al niño exaltado se le intentará relajar mediante ejercicios de descarga psicomotriz o mediante alguna actividad deportiva; y se atenderá con detalle a sus fantasías, haciéndole ver que no son más que eso o que sólo una parte de éstas se ajustan verdaderamente al mundo real.

- para llamar la atención, pues se siente poco atendido: la mentira más frecuente suele ser el inventar una dolencia (se trata de algo diferente a los trastornos psicosomáticos, pues aquí el niño en realidad no sufre enfermedad alguna). Los padres deberán intentar dar al niño el afecto que reclama y dedicarle más tiempo.

- para evitar un castigo: la mayoría de las mentiras vienen producidas por este miedo. Suele responder a unos padres demasiado rígidos y moralizadores, y a un hijo con miedo de perder el amor de éstos. Es conveniente averiguar qué imagen tienen estos hijos de los padres, pues a veces es muy distinta de la que creemos.
- por vanidad o "chulería": generalmente se produce porque el niño quiere agradar a los padres, sabiendo cuánto valoran éstos las apariencias.

- por no tener la capacidad de distinguir entre lo real y lo imaginario: este caso precisa de psicoterapia, ya que este tipo de niños no tienen conciencia de que están mintiendo; significa que está anclado en fases anteriores de su desarrollo o que está perdiendo contacto con la realidad.

De acuerdo a las capacidades evolutivas del niño, es conveniente buscar la manera de enseñarle sobre la honestidad, a identificar lo real de lo imaginado,... y sobre todo, intentar ser un buen ejemplo.

Se felicitará siempre, cuando sea sincero y diga la verdad, y una vez el niño miente, antes que reñirle, es necesario averiguar los motivos que le han llevado a mentir.

martes, 7 de junio de 2011

Uniforme en la escuela, igualdad o represión?


Los uniformes escolares se limitan a los centros concertados y privados en Catalunya desde finales del franquismo, pero la idea de recuperar normas comunes de vestimenta en la escuela pública ha resurgido en ciertos sectores como fórmula contra modas “más propias del ocio que del estudio”, dijo la consellera de Ensenyament, Irene Rigau. Corbata, camisa y pantalón de pinzas contra pantalones caídos, ropa interior al aire y escotes pronunciados. ¿Es la solución?

La imagen de más de un millón de alumnos vestidos exactamente igual cada día suena a ciencia ficción para la mayoría del sector educativo. “Obligar a todos los centros a adoptar el uniforme crearía tensiones innecesarias; otra cosa es que cada consejo escolar tome la decisión en función de su contexto y sus necesidades”, reflexiona Màrius Martínez, profesor de Ciencias de la Educación de la UAB y miembro del Consell Escolar de Catalunya. Rigau defiende esta postura y niega que la conselleria quiera regular la forma de vestir en escuelas e institutos. Sí ha invitado, sin embargo, a que los consejos escolares reflexionen sobre el atuendo adecuado a la hora de estudiar. El presidente de la federación de ampas de la concertada Fapel, Josep Manel Prats, y el sociólogo Salvador Cardús coinciden con Màrius Martínez en que imponer el uniforme de forma generalizada sería contraproducente. “Introducirlo sin tener en cuenta la situación de cada centro no serviría de nada, hay que tener claro qué función cumplirá”, indica Prats.

Es en la ESO cuando los alumnos empiezan a interesarse por la moda y tratan de diferenciarse. Cada vez más centros crean normas internas para evitar formas de vestir poco adecuadas en un centro escolar, como el uso de gorras o gafas de sol en clase, camisetas con lemas insultantes, pantalones bajos que dejan ver la ropa interior. “En ocasiones le hemos dicho a alguna alumna que no lleve tanto escote, los profesores pueden poner normas sobre esto”, explica Javier Marsá, director del instituto público
Joan Coromines de Barcelona. Salvador Cardús cree que las vestimentas demasiado provocativas en la escuela generan “elementos de dispersión”. “Cuando falta sentido común a la hora de vestir, de saber qué ropa llevar según el contexto, es normal que algunos institutos se planteen recuperar el uniforme”, añade este sociólogo.



Equipar a un estudiante con el uniforme para un curso sale por entre 125 y 200 euros. Los partidarios de esta vestimenta aducen al ahorro que el uso del uniforme supondría para las familias, como Luis Carbonel, presidente de Confederación Católica de Asociaciones de Padres de Familia y Padres de Alumnos (Concapa). “Además serviría para reducir diferencias entre los compañeros de clase, para que no se juzgue a un alumno por llevar o no determinadas marcas de ropa o zapatos, habría menos discriminación”. Para Carbonel, “refuerza la pertenencia a un colegio, lo prestigia, y contrarresta la guerra de las marcas, tan propia de la adolescencia”.


“El uniforme es muy práctico, acaba con las dudas sobre qué ponerse, a la larga es más barato, ahorra quebraderos de cabeza, pero se trata de la solución más fácil, no de la más educativa”, indica Marsá. Como este catedrático de secundaria, Martínez ve más oportuno enseñar a los alumnos que no hay que discriminar a un compañero por su forma de vestir y ayudarles a elegir un tipo de ropa en función de la situación en la que se encuentren.


En este sentido, tanto defensores como detractores del uniforme coinciden en que las familias no pueden eludir responsabilidades sobre el vestuario de sus hijos. Pero resulta que muchos adultos también han olvidado las normas básicas de la vestimenta, en opinión de Cardús: “El sentido común sobre la forma de vestir ha desaparecido incluso entre profesores jóvenes; cuando esta cadena se rompe, resulta complicado restituirla”.

El uniforme, señala Jesús María Sánchez, presidente de Ceapa, tampoco puede ser una excusa para no discutir con los hijos: “Hay padres y madres que dicen que así se ahorran las discusiones de cada mañana sobre qué se ponen los críos. Más que evitarlos, tenemos que ser capaces de intermediar en los pequeños conflictos que se plantean de manera cotidiana en casa. Si no, cómo vamos a hacer frente a otro tipo de conflictos”.


El uniforme tiene la particularidad de ser la única prenda calificada de símbolo de la igualdad o del autoritarismo según quién lo mire. Si para unos la homogeneidad llevaría a una escuela más igualitaria, para otros es un elemento represor. “Recuerda a épocas del pasado, y además es una forma de esconder las auténticas diferencias sociales”, indica Pere Farriol, de la federación de ampas de secundaria Fapaes. En clase, con uniforme, pero ¿y en la calle? “Ahí las diferencias entre clases o la competencia por las marcas vuelven a aparecer, por eso apostamos por la educación en valores más que por imponer vestimentas”, añade Farriol.

Prueba de las diferentes caras del uniforme es el hecho de que sociedades tan distintas como la británica y la cubana los utilizan en sus escuelas públicas. En Catalunya, por la tradición cultural, se aboga más por regular las formas de vestir inadecuadas. Cardús invita a evitar los sesgos ideológicos: “Si al colegio se va a trabajar, ¿por qué no llevar un uniforme de trabajo?”.


Los detractores sostienen que no es así como se mejorará la educación en Catalunya
y se escalarán posiciones en los diferentes rankings internacionales que se elaboran, incluido el famoso informe Pisa. En el bando opuesto se alega que contribuye a mejorar el clima escolar ya que desincentiva la clásica discusión sobre tal o cual marca que acaba siendo una cruz para cualquier padre o madre.
Es admirable el ejemplo de países como el Reino Unido, donde el uniforme es obligatorio y consigue transmitir una imagen de mayor seriedad de sus aulas. Es habitual escuchar a muchos profesores que se declaran literalmente impotentes para reforzar su autoridad en el interior de las aulas y no conseguiremos llegar al punto óptimo de calidad educativa sin lograr una mayor motivación de nuestro profesorado, que es globalmente bueno, si dar clases supone cada día algo más que un problema. Obviamente, ninguna medida por sí sola es suficiente. Pero demos pautas a los colegios que no vayan en la dirección contraria al camino que queremos seguir y hagamos fácil lo difícil si ese es, al final, el mejor camino.

Los poderes del uniforme


El código del uniforme nos ayuda a clasificar nuestro entorno. La gran misión del uniforme es reducir el peso del individuo
Si alguna vez ha vestido usted un uniforme (da igual de qué tipo) sabrá que no es una prenda cualquiera. El uniforme produce ciertos sentimientos y comportamientos en aquel que lo viste y en aquellos que lo ven desde fuera. Puede producir rechazo, admiración, disciplina, concentración, seguridad, falta de iniciativa... Depende de la percepción del observador. De todos modos, está claro que los uniformes nunca pasan desapercibidos en nuestra sociedad.


Desde que nos despertamos hasta que nos acostamos nos cruzamos con gran variedad de uniformes: niños yendo a la escuela uniformados por la mañana, trabajadores con mono azul, la cajera del supermercado vestida de uniforme con el logo y el color de la tienda... Quizá por la tarde volvamos del trabajo en coche mientras un par de policías con vestidos reflectantes guían el tráfico. Tal vez, por la noche salimos a cenar fuera y nos atiende un camarero con traje de servicio. Si nos paramos a pensar nos daremos cuenta de que el uniforme está presente en cualquier rincón de nuestras rutinas. Forma parte de nuestras vidas. Pero ¿por qué vestimos uniformes?

Las razones, fundamentalmente, son dos: la práctica y la simbólica. Los pintores o los médicos, por ejemplo, utilizan uniformes de trabajo por razones prácticas de higiene, limpieza, etcétera. Sin embargo, los uniformes esconden un simbolismo que todos descodificamos al instante sin apenas darnos cuenta. “Si hablamos de uniformes estamos hablando de presentación social del cuerpo. La lógica social nos pide saber en todo momento quiénes somos dentro de la comunidad. Y los uniformes sirven para eso,
para mostrar los parámetros de identidad, de orden social y de necesidad de intercambio”, explica Josep Martí, antropólogo del CSIC (Consejo Superior de Investigaciones Científicas). Por tanto, los motivos que nos llevan a vestir uniformes no son nuevos: la lógica colectiva que nos hace llevar esta prenda es inmemorial.



Instintivamente, solemos situar al uniforme en las antípodas de la modernidad, la innovación y la juventud. Nada más lejos de la realidad. Hoy en día, uniforme y moda van de la mano, aunque podríamos encontrar más de un ejemplo de este binomio a lo largo de la historia. Los húsares son el prototipo de la influencia de la moda y el fetichismo en el uniforme militar. Estos soldados de caballería de la Hungría del siglo XV vestían trajes tan vistosos que más que héroes de guerra se convirtieron en iconos de moda.

Volviendo al tema escolar, muchos centros han establecido reglamentos que impiden a los alumnos taparse la cabeza ya sea con gorras, cascos o velos. Pero ahora el planteamiento va más allá y entronca con la preocupación de los padres por frenar la tendencia consumista de los menores y evitar que se establezcan competiciones por las marcas o por distinguirse unos de otros. Por otro lado, se ha visto que en aquellos centros privados – se calcula que hay un centenar en Catalunya-donde existe el uniforme, las discusiones sobre la vestimenta desaparecen, aun a costa de que algunos alumnos y familias se puedan sentir coartados en su libertad. Adoptar esta indumentaria tiene ventajas ya no sólo de carácter económico, sino también en cuanto a los valores, porque los alumnos no estarían tan pendientes de las marcas y habría igualdad en este sentido.

Duran i Lleida preguntado por el debate en la Comunidad de Madrid sobre la oportunidad de recuperar las tarimas para el profesor en el aula, señaló que este elemento “forma parte de la autoridad del maestro”, y que también se debe abrir una reflexión. Lamentó que se confunda el autoritarismo con la autoridad, necesaria para que haya libertad, y que se haya cuestionado el valor del esfuerzo en la escuela.

En otro sentido, hay que recordar también el debate abierto, por la decisión de Esperanza Aguirre de iniciar una prueba piloto, el próximo curso con el “Bachillerato de Excelencia” en un nuevo instituto, iniciándose con los 25 mejores alumnos de la ESO de la comunidad de Madrid.