En España como en otros países, una proporción notable de los niños de hoy se familiarizan pronto con los ordenadores, y llegan a la escuela sabiendo ya utilizarlos, al menos para jugar. En tal caso, lo que tiene que hacer la escuela es reorientar su habilidad ya adquirida hacia el aprendizaje de las competencias básicas correspondientes a su edad. Para eso se necesita utilizar asiduamente, y no sólo de cuando en cuando, el ordenador, lo que supone una dotación adecuada en los centros. Sin embargo, también en este punto se producen de entrada diferencias sustanciales entre los alumnos, en función del ambiente familiar del que proceden, y habría que extremar las medidas para evitar que tales diferencias se traduzcan en desigualdades posteriores de aprendizaje más difícilmente corregibles. Esto implica un tratamiento flexible de las habilidades informáticas desde edades tempranas, lejos de esos planteamientos uniformistas (informática para todos) a los que estamos tan habituados en nuestro país. Y un tratamiento moderado, que valore el potencial instrumental de los recursos informáticos sin que éstos vengan a sustituir, sino a apoyar, a otras actividades tan fundamentales como la lectura de libros, la escritura manual, el trabajo artístico, etcétera.
Por lo demás, es de extrema importancia que la escuela se haga especialmente cargo de orientar a los niños en una recta utilización ética y social de estos poderosos medios. No se trata tanto de que los profesores sepan filtrarles la información que a través de ellos reciben, como en habituarles a ellos mismos a discriminar esa información y a tener los reflejos éticos necesarios para rechazar voluntariamente la que resulta indeseable. De otro lado, la escuela es, junto a la familia, un lugar privilegiado para evitar que los ordenadores se conviertan en ocupación individualista y antisocial, que impida el estar con los demás, el juego y el trabajo en equipo y, en suma, la convivencia y el diálogo.
Estos puntos deberían figurar siempre entre los primordiales al plantear la «educación informática» de los alumnos en la escuela, en vez de convertirla en una de estas dos cosas, como tan frecuentemente ocurre: en un entrenamiento meramente práctico en mover teclas y ratones o, todavía peor, en una asignatura teórica y nocionista, plagada de inextricable jerga anglófila y de conocimientos a menudo innecesarios.
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